Cosa fácil parece, pero guerras se han desatado por no respirar hondo y utilizar las palabras adecuadas. Hacer una pausa para meditar, medir y sopesar nuestras palabras debería ser enseñanza obligatoria para intentar demostrar que somos más humanos y menos seres. Desde temprana edad deberíamos aprender que las palabras son herramientas que juegan a favor o en contra no solamente del interlocutor, sino de nosotros mismos, ya que con ellas marcamos el presente e inconscientemente acercamos o alejamos nuestras metas, convirtiéndonos muchas veces en nuestros propios verdugos.
En el habla hispana, se conoce como piedra de toque a aquel objeto que sirve para calibrar el valor preciso de una cosa determinada, expresión utilizada en diversas lenguas para aludir a aquello que pone en evidencia el genuino valor de algo –y yo diría de alguien que no calibra sus palabras–. Por esta singular importancia puede ser que Mario Vargas Llosa llamó Piedra de Toque a su columna del diario El País, de Madrid, que se publicaba entre el año 1992 y el 2000, recopilada en los libros Desafíos a la libertad y Lenguaje de la pasión, de los años 1994 y 2001, respectivamente. Son publicaciones con su propio estilo que, como lo diría Gabriel Celaya, llevan acuñadas “un poco de marino, un poco de poeta y un kilo y medio de paciencia concentrada”, cuyo contenido desnuda el alma del autor, y nos conduce con sabia sutileza por el camino de la reflexión, tema último que ahora me viene a la mente al ver noticias y comentarios publicados sin mensaje alguno.
En Ecuador tenemos columnas semanales que son dignas de analizar y recopilar, pero sobre todo fáciles de leer, con textos que invitan a continuar la lectura y de alguna forma nos dan luces sobre el camino que debemos seguir si queremos profundizar en la temática desarrollada y atrevernos a explorar; pero, asimismo, y gracias a la magia del internet y las redes sociales, tenemos un buen porcentaje de publicaciones sin contenido sustancial y, lo que es peor, sin texto decente en muchos casos. Lo anterior, nos lleva a uno de los principales problemas que debemos enfrentar al comunicarnos porque parece que el contenido ya no importa, lo que importa es escribir.
Dicen que los tiempos antiguos eran mejores, y coincido. Antes las personas se preocupaban por escribir bien, lo hacían cuidando que el contenido de su mensaje sea digno de leer. Ahora, está de moda escribir cualquier cosa mediática que obtenga likes y cuyo tema se convierta en tendencia. Tema más preocupante aún es la ortografía. En cualquier caso, considero que, sin importar la época y las innovaciones que existan, deberíamos enfocarnos por fortalecer principios básicos recogidos, por ejemplo, en el Manual de Buenas Costumbres de Manuel Antonio Carreño.
Al encontrarnos frente al teclado, sin duda a algunos nos sucede lo mismo que al autor de la Piedra de Toque, cuando dijo que escribía “con dificultad, pero con inmenso placer, tratando de no olvidar la sentencia de Raimundo Lida: Los adjetivos se han hecho para no usarlos”. Y sí, de seguro la mayoría que todavía reclamamos contenido en los mensajes de los distintos actores sociales, estamos de acuerdo en que algunos de ellos podrían merecer adjetivos calificativos –e inclusive más–; pero, debemos mantener la compostura y recordar aquella célebre sentencia de Lida y no caer en provocación alguna.
Este dilema, me refiero al de la utilización o no de adjetivos, es debido a que vemos que los actores sociales y políticos no toman decisiones pensando en función del Ecuador, ni buscan beneficios a mediano o largo plazo, únicamente quieren resultados inmediatos protegiendo sus intereses. Ellos deben recordar que la responsabilidad y la veracidad son cuestiones que deberían ser la esencia misma de todo aquel que pretenda representar a la ciudadanía y, por ende, sus mensajes y acciones –además de un contenido importante–, deberían tener coherencia, pero parece que hoy en día –para algunos– no es fácil practicar lo que se predica.
Al respecto, en la Piedra de Toque se recuerda que “pese a los indudables riesgos que implica para un político no mentir, y actuar como lo hizo Churchill –ofreciendo sangre, sudor y lágrimas a quienes lo habían llamado a gobernar–, los beneficios serán siempre mayores, a mediano y largo plazo, para la supervivencia y regeneración del sistema democrático”. Por lo tanto, en vez de preocuparse por ganar likes y activar sus redes sociales, deberían procurar a través de sus comentarios cumplir con su rol social y opinar responsablemente. Los mensajes deben tener contenido para reflexionar y convertirse en esa piedra de toque que obligue a todos a meditar, sopesar y actuar en función de país.
Se sostiene que Jean Paul Sartre inmortalizó la también célebre frase que nos recuerda que las palabras son armas, aunque para muchos haya sido el ensayista y filósofo español José Ortega y Gasset el pensador en lengua española que mejor expuso y aplicó aquel pensamiento en sus textos. Sigamos su ejemplo y transitemos juntos por la vida calibrando palabras, demostrando, entre otras cosas, que el trato con educación, siempre es la mejor respuesta.(O)