Fernando Savater en su obra El valor de elegir nos recuerda que el hombre no debe simplemente vivir, sino dirigir su vida, premisa que debe constar como activo en nuestro patrimonio personal para enfrentar con entereza las vicisitudes que nos plantea nuestra existencia, tanto a título propio o como representantes de una institución o integrantes de un cuerpo colegiado. El autor explora el problema de la elección como el problema de la vida entera, y es que, en infinita libertad, estamos permanentemente obligados a elegir medios juntamente con los fines. Cuestión aparte son los efectos de las malas decisiones que tomamos y por las que debemos responder como consecuencia de no actuar con diligencia, coherencia y prudencia.
Se atribuye a Nietzsche, la idea de que “sólo los términos al margen de la historia –en la medida que tal milagro sea posible– admiten una definición mínimamente convincente”. La palabra libertad es un ejemplo válido para tratar el tema, ya que como seres humanos nos sentimos libres, pero no conocemos del todo los recovecos por los que transcurre esa libertad. En el escenario de decisiones que en libertad debe tomar el Consejo de la Judicatura actual, y conscientes que el sistema de la justicia es el pilar de todo Estado, debemos empezar con un examen de autoconciencia y recordar que la defensa del Derecho es un deber que todos tenemos para con la sociedad. Como ciudadanos no podemos mirar a un costado. Hay que tener presente aquel curioso concepto que, expresado de forma banal, nos dice que estamos en el mismo barco.
Todos, sin excepción, debemos entender nuestro deber de resistir a una injusticia, sin importar quién la soporte. Si bien creo que la lógica no admite razonamiento, también creo que el Derecho no es una idea lógica, sino una idea de fuerza. Por ello es importante la participación ciudadana, ya que, como he manifestado, no es un trabajo exclusivo del poder público, sino de todos los ciudadanos. Nada se conoce en la historia que no sea el resultado de continuos esfuerzos. Por ello se afirma, que la lucha es para el Derecho, lo que el trabajo es para la propiedad.
Rudolph Von Ihering nos recuerda luchas en la historia del Derecho, tales como la abolición de la esclavitud, la libre disposición de la propiedad territorial o la libertad de conciencia, que no han sido alcanzadas sino después de disputas de las más vivas que con frecuencia han durado varios siglos. El autor, en su libro, La lucha por el derecho, concluye su idea afirmando que no es posible la renovación sin romper con el pasado.
Expuesto de esta manera, el sistema de justicia tiene dos cosas que recordar, dos cosas que enfrentar y dos cosas que hacer.
Esas dos cosas fundamentales que recordar, son: primero, un sistema de justicia debe actuar con independencia y desprenderse de toda conexión con actores políticos que convirtieron al Ecuador en territorio de caciques y terratenientes representantes de la política más recalcitrante. Al respecto, los autores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro titulado Cómo mueren las democracias, afirman lo que ya sabemos, esto es, que la mayoría de los partidos políticos se representan a ellos y que actúan como “pandilla de viejos amigos desconectados de la situación del país”. Dicho así, la lucha por el derecho no se puede hacer de la mano de quienes lo violentan y nos dividen. En el libro Los partidos políticos han muerto, de Mauro Torres, se dice que el partido político es el efecto de un defecto (léase bien, defecto) de la condición humana, que con irresistible poder tiene la tendencia a dividir y formar grupos divergentes. Segundo, se necesita actuar con sinergia, sin disputas internas, caminar por un mismo sendero, buscando la tranquilidad de la ciudadanía como resultado del equilibrio de sus sabias decisiones. Esa sabiduría no se logra imponiendo nada, sino poniendo su voluntad al servicio de la racionalidad y sensatez. Las personas congruentes inspiran confianza. Desde Sócrates hasta Nelson Mandela, quienes se juegan por nobles ideales y la lucha de su pueblo, nos producen admiración y respeto.
Asimismo, hay dos cosas que enfrentar. Uno, estar conscientes de que están “condenados a la libertad”, por lo que deben elegir, irremediablemente, medios juntamente con los fines, que aseguren la tranquilidad necesaria que el país demanda. Y, dos, enfrentar la condena de la opinión pública que no perdonará si la aspiración no es lo suficientemente alta en beneficio de la sociedad.
Por último, tiene dos cosas que hacer como parte de una estrategia de guerra: determinar con precisión el punto crítico de la situación diagramando el problema –como parte elemental del diagnóstico inicial de toda consultoría–; y, definir el enfoque para encontrar soluciones y realizar tareas programadas según los planes que para enfrentar la situación resuelva o haya resuelto el Consejo de la Judicatura, debiendo hacerlo –necesariamente– con cinco votos de cinco vocales que integran el Pleno. No hay otro camino. Con esto, que no es un tema exclusivo de abogados, se trata de impulsar un plan integral contando con un equipo multidisciplinario con experiencia en proyectos, hasta convertir una utopía en realidad.
Para los críticos de la utopía y de que un cambio real es posible, les digo que, lo utópico es lo característico del ser humano, y que nadie triunfa más allá de sus sueños. A aquellos pocos soñadores les respondo con las sabias palabras de Oscar Wilde, cuando dijo que “un mapa del mundo que no incluya Utopía (aquella república imaginaria de Tomás Moro) no es digno de consultarse, pues carece del único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando; y, cuando lo hace, otea el horizonte y al descubrir un país mejor, zarpa de nuevo. El progreso es la realización de utopías”. Aunque la meta parezca alejarse a medida que vamos acercándonos, la utopía nos sirve para caminar, avanzar y progresar.
Abraham Lincoln inmortalizó una frase que hoy debemos recordar: “A menudo se requiere más coraje para atreverse a hacer lo correcto que para temer a hacer lo incorrecto”. Como ecuatorianos esperamos un legado importante de la Judicatura actual, que no sea otro que la continuación que históricamente ha existido de la lucha por el Derecho y, con ello, percibir un sistema de justicia que genere la admiración y respeto que todos queremos. (O)